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🔥 Fierro del Norte 🤠- Relatos Gay #11

  • Foto del escritor: Azul
    Azul
  • 29 jul
  • 3 Min. de lectura

Tenía apenas diecinueve años cuando acompañé a mi madre a visitar a mi tía Dora en Monterrey. La idea era quedarnos un mes, lo que duraban mis vacaciones universitarias. Desde siempre me atraía lo norteño: las botas, los sombreros, los ranchos y esa imagen del hombre recio que parecía dominar su mundo con firmeza y orgullo. Tal vez, en el fondo, yo quería ser así.


Mi primo Paco, de mi misma edad, nos recibió con entusiasmo. Siempre fue un tipo relajado, alegre y con gusto por la cerveza, según él por el calor que azotaba en el pueblo. Salíamos juntos al centro, nos divertíamos y, como dos jóvenes con energía de sobra, nos dedicábamos a bromear y a chulear mujeres, aunque ambos teníamos pareja.


Un día, mientras compartíamos unas cervezas en la plaza, apareció un hombre que parecía salido de una película norteña: alto, fuerte, atractivo, con sombrero y una mirada firme. Era Raúl, a quien todos conocían como Rulo. Saludó a Paco con familiaridad y pronto se unió a la charla. Cuando me estrechó la mano, lo hizo con tanta fuerza que parecía un reto de hombría. Esa primera impresión me marcó: había algo magnético en él, algo difícil de ignorar.


Con el paso de los días, Paco me contó que Rulo era uno de los hombres más adinerados y codiciados del pueblo. Decían que era un picaflor y que muchas mujeres suspiraban por él. Yo me reí de aquello, aunque internamente admití que sí, era un hombre guapo y carismático.

Al poco tiempo llegó el día en que debía regresar a la ciudad. Me sentía algo nostálgico, porque la estancia había sido divertida y no quería volver aún a la rutina universitaria. Justo entonces, Paco me pidió ayuda para cargar unas compras de una señora del pueblo. En medio de la tarea apareció la camioneta de Rulo, imponente y con música norteña a todo volumen. Se ofreció a ayudarnos y, aunque al principio dudamos, aceptamos.


Esa tarde terminó con una invitación a su casa para tomar unas cervezas. Yo era algo reservado con él, pero no pude negarme del todo porque Paco insistió. Entre pláticas y risas, noté cómo Rulo comenzaba a observarme con más atención de la que me sentía cómodo. Sus miradas eran directas, firmes, casi desafiantes.


Esa misma noche, al regresar a casa, descubrí que había olvidado mi celular en la casa de Rulo. Fui a buscarlo y lo encontré esperándome en la puerta, con mi teléfono en la mano. El encuentro se tornó extraño: él me habló con sinceridad y me confesó que le parecía atractivo. Sus palabras me descolocaron. Nunca antes alguien del mismo sexo me lo había dicho, y mucho menos un hombre tan seguro y varonil como él.

A partir de ahí comenzó un momento de tensión emocional. Rulo insistía en acercarse más, en explorar algo que yo nunca había experimentado. Aunque mi primera reacción fue negarme, sentí una mezcla de curiosidad, miedo y atracción difícil de manejar. Era la primera vez que alguien despertaba en mí sensaciones tan contradictorias.


Finalmente, lo que ocurrió esa noche se convirtió en una experiencia que cambió mi vida para siempre. Más allá de lo físico, lo que me marcó fue la manera en que Rulo, con su seguridad y rudeza, me mostró un mundo distinto al que conocía. Mi primera vez, aunque inesperada, me dejó la certeza de que las emociones humanas son mucho más complejas que cualquier regla o prejuicio.


El tiempo pasó rápido, y pronto tuve que volver a la ciudad. Rulo se quedó en mi memoria como alguien inolvidable, un hombre que no solo me quitó la inocencia, sino que también me dejó con un torbellino de sentimientos encontrados. Poco después me enteré de que se había casado, lo que me hizo pensar que lo nuestro había sido un episodio fugaz, un secreto entre dos mundos distintos.

Meses más tarde, sin embargo, volvió a aparecer en mi vida, buscándome a la salida de la universidad. Se presentó igual de imponente, con su camioneta y su porte de macho regio. Me abrazó con esa fuerza que lo caracterizaba y me invitó a salir de nuevo. Aunque estaba casado, su actitud mostraba que para él el deseo y las emociones no estaban limitados por el estado civil.


Esa historia quedó grabada en mí como un capítulo de descubrimiento personal, de juventud, de errores y de primeras veces. Entendí que la vida no siempre sigue los caminos esperados y que, a veces, los encuentros más inesperados son los que marcan para siempre.


hombre guapo

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